Escribe: Nicolás Núñez – Referente de Ambiente en Lucha
En los meses de octubre y noviembre, cuando buena parte del activismo climático pro empresarial, o pro gubernamental, se encontraba viendo qué ministerio o empresa les financiaba su viaje a la COP 27 en Egipto, la joven activista Greta Thunberg anunciaba que desistía de participar de este evento por su escasa eficiencia, y anunciaba en cambio la publicación de una monumental obra llamada “El libro del clima”. En unas cuatrocientas cincuenta páginas Greta se propuso compilar información científica de primer nivel, junto a sus propias anotaciones e intervenciones, al lado de la de escritores, intelectuales, y activistas de todo el planeta.
“El libro del clima” está dividido en cinco partes: ¿Cómo funciona el clima?, ¿Cómo está cambiando nuestro planeta?, ¿Cómo nos afecta?, ¿Qué hemos hecho al respecto?, y ¿Qué debemos hacer ahora? Cada una de estas secciones es introducida por comentarios de Greta, quien a su vez intercala entre los artículos específicos sus propias opiniones, recopilando en buena medida sus intervenciones de los últimos dos años. La tapa, por otra parte, se trata de una reproducción de la obra “Warming Stripes” de Ed Hwakins en la que trazos verticales, que grafican cada uno un año de 1654 a la fecha, van tornado de colores azules a rojizos dando cuenta de la variación de la temperatura global. Justamente, tratar de traducir en contenido impactante el conocimiento científico sobre el cambio climático es parte de la búsqueda que guía todo el libro.
Con artículos de los especialistas Peter Brannen, Beth Shapiro y Elizabeth Kolbert, el libro comienza dando herramientas sumamente accesibles para comprender el rol clave del CO2 en el desarrollo de la vida sobre el planeta, en primer lugar, y luego sobre la amenaza que representa su sobreacumulación en la atmósfera terrestre. Inmediatamente después, Greta hace una primera intervención política para aportar una precisión que muchas veces escapa en las posiciones ambientalistas:
“La crisis climática y ecológica, que se agrava a pasos vertiginosos, es una crisis global: afecta a todos los seres vivos. Sin embargo, afirmar que la humanidad entera es responsable de ello dista muchísimo de la realidad. Hoy en día, la mayoría de la gente vive dentro de los límites planetarios”.
En hojas previas ya habría señalado que:
“el uno por ciento más rico de la población mundial es responsable de más del doble de la contaminación por carbono producida por las personas de la mitad más pobre de la humanidad”.
Y luego realiza una sentencia muy relevante:
“Cuando se trata del clima y de la crisis ecológica contamos con pruebas científicas inequívocas que sustentan la necesidad del cambio. El problema es que todas esas pruebas ponen a la mejor ciencia de que disponemos en conflicto directo con nuestro sistema económico actual y con el estilo de vida que mucha gente del norte global considera un derecho”.
A lo largo de todas sus intervenciones, Thunberg remarcará la necesidad de un cambio drástico en la organización económica y de cambios también culturales, de consumos, personales, etcétera. Pero terminará por remarcar que, si bien ambas cosas son necesarias, el eje debe estar en las transformaciones colectivas, incluso en proponer transformaciones que puedan sonar imposibles en el presente. Hacia el final del libro, bajo el título “Y ahora ¿qué?”, Greta dirá respecto de los típicos discursos de cambios de prácticas individuales: “De hecho, ese tipo de discurso puede hacer más mal que bien, ya que transmiten el mensaje de que podemos resolver esta crisis dentro de nuestros sistemas actuales, y ya no es el caso”.
Así como también afirmará:
“Ahora bien, es importante que no culpemos a nadie por lo que haga o deja de hacer. La vida ya es bastante complicada. De ningún modo podemos esperar que nosotros, como individuos, tengamos que compensar los desmanes de los gobiernos, los medios de comunicación, las empresas multinacionales y los multimillonarios. Es una idea absurda. Como individuos somos capaces de hacer muchas cosas, pero esta crisis no puede resolverse mediante la acción individual.”
Para así mismo agregar:
“Por mucho que lo intentemos, no podemos vivir de manera sostenible en un mundo insostenible. La verdad es que muchos de nosotros superamos los límites planetarios con el simple hecho de pagar los impuestos, ya que una gran parte de nuestros recursos colectivos se destinan a subvencionar los combustibles fósiles.”
“Por supuesto que, si superamos los 1.5°C o 2°C de aumento de la temperatura media global, no estallará el fin del mundo. Pero para mucha gente que no posee el privilegio de adaptarse a las consecuencias iniciales de tal desestabilización climática sí será el fin de muchas cosas: la seguridad alimentaria y personal, la estabilidad, la educación, los medios de subsistencia y, finalmente, de cada vez más vidas humanas. No olvidemos que en un mundo con 1,2°C más de calor [Aclaración: el aumento global que ya tenemos] ya hay quienes han perdido la vida y el sustento. Eso quizá sea aceptable para algunas personas del norte global; sin embargo, desde el punto de vista moral, no podría ser más inaceptable. Sobre todo, porque los miles de millones de personas que ya están en primera línea de la emergencia climática no han hecho casi nada para provocar la crisis”.
Un debate de tácticas (y estrategias)
Ya en una de sus primeras intervenciones a lo largo del libro, la impulsora del movimiento “Viernes por el Futuro” remarca que puede haber alguna discrepancia en matices dentro del campo científico, pero que la evidencia acumulada respecto del cambio climático es tan potente, que lo que resta es discutir son otras cosas:
“Lo que queda por definir, en gran medida, son las tácticas. ¿Cómo presentar, estructura y transmitir la información? ¡Hasta dónde se atreven los científicos a ser molestos? ¡Deberían los científicos aplaudir las propuestas inadecuadas de los políticos porque algo es mejor que nada, y porque eso podría ayudarles a ganar -o conservar- un puesto en la mesa? ¿O deben arriesgarse que los tilden de alarmistas y llamar a las cosas por su nombre, aunque quizá eso lleve a un mayor número de personas a hundirse en la derrota y la apatía? ¿Deben mantener un enfoque positivo y optimista del tipo “el vaso está medio lleno” o dejar a un lado las estrategias comunicativas y centrarse simplemente en exponer los hechos? ¿O quizá deben hacer un poco de ambas cosas?”
Greta va a dejar estos interrogantes relativamente abiertos en lo que hace al campo científico, y de hecho al presentar libro señala que existen matices entre los autores que exponen sus puntos de vista en “El libro del clima”. Pero luego va a ser bastante más tajante al referirse a qué actitud debe tomar el activismo socioambiental ante estos discursos del “vaso medio lleno” y las “concesiones”:
“Se nos dice que debemos hacer concesiones. Como si el Acuerdo de París no fuese la concesión más grande del mundo. Una concesión que ha asegurado sufrimientos inimaginables para las zonas y los pueblos más afectados. Yo digo: basta. Yo digo: no claudiquen. Nuestros supuestos dirigentes todavía piensan que pueden negociar con la física y las leyes de la naturaleza. Habla a las flores y los bosques en el idioma del dólar y la economía a corto plazo. Muestran sus ingresos trimestrales para impresionar a los animales salvajes. Leen los informes bursátiles a las olas del océano, como si fueran idiotas.
Nos acercamos a un precipicio. Y sugiero encarecidamente que quienes no hayamos sucumbido al ecoblanqueo, nos mantengamos firmes. No permitamos que nos arrastren ni un centímetro más hacia el borde. Ni uno. Ya es hora de poner límites. De aquí no nos movemos.”
Al leer a Greta, e incluso a pesar de que el libro incluya una página escrita por la agrupación “Jóvenes por el Clima”, queda claro el abismo que separa sus posiciones de las que ha adoptado este grupo que se autoproclama vocero del movimiento climático juvenil, y que, adaptadísimo al “ecoblanqueo”, le ha dado la espalda a los territorios que resisten el extractivismo en estas latitudes, como las asambleas que pelean contra las petroleras en el Mar Argentino que Jóvenes por el Clima defiende.
En suma, del recorrido del libro, y en particular de las intervenciones de Thunberg, se amplían los argumentos respecto de la necesidad de que el movimiento socioambiental sostenga una intransigente independencia de los gobiernos de turno. Es decir, lo contrario de lo que hace Jóvenes por el Clima. Por ejemplo, veamos si el siguiente párrafo no nos hace pensar en Alberto Fernández y Juan Cabandié:
“Para resolver los problemas globales, necesitamos una perspectiva global. (…) Nada de esto ocurrirá hasta que se responsabilice a la gente en el poder. En la actualidad, a nuestros dirigentes políticos se les permite decir una cosa y hacer lo contrario. Pueden proclamarse líderes climáticos al mismo tiempo que amplían rápidamente la infraestructura de combustibles fósiles de sus países”
La idea esbozada por el ministro de ambiente de la Argentina de habilitar masivamente la explotación de combustibles fósiles mar adentro para comprar paneles solares, es solo un vulgar ejemplo de esta lógica. De hecho, también tiene razón Greta cuando señala:
“Así que nos equivocamos cuando afirmamos que nuestros gobernantes no han tomado ninguna medida con respecto al clima en los últimos treinta años. De hecho, han estado muy ocupados. Pero no de la manera en que esperaríamos. Se han pasado ese tiempo enfrascados en retrasar la acción, en crear marcos regulatorios repletos de lagunas que beneficien sus políticas económicas nacionales a corto plazo y su popularidad.”
A esto último, Greta va a sumar una y otra vez un tema poco discutido hasta el momento, y es que los gobiernos sobre todo se dedicaron en estas décadas claves -de consolidación del saber científico respecto del calentamiento global- a intervenir de múltiples formas para enceguecer el conocimiento al respecto. Sea formas de “contabilidad creativa” de emisiones de gases de efecto invernadero que muestran disminuciones de emisiones donde solo hay relocalizaciones; o el ocultamiento de las reales emisiones de los complejos militares; el no tener en cuenta en las estimaciones y planificaciones de presupuestos de carbón globales las emisiones que generan fenómenos masivos como los incendios de los últimos años, diversas maneras en las que los gobiernos imitan el actuar de las multinacionales petroleras que conociendo los efectos de su industria lo ocultaron durante décadas. Uno de los primeros pasos de la planificación necesaria para combatir el calentamiento global es la real contabilización del conjunto de las emisiones; caso contrario, lo que sucede hasta ahora, es que la humanidad navega en realidad a ciegas la crisis climática. Pero el punto aquí, y en lo que sigue, es sí esto es posible en los marcos de los gobiernos actuales y el sistema económico capitalista.
Pedir lo imposible, pero, ¿qué imposible?
Greta, la activista que los medios y multimillonarios muchas veces tratan como una chica enojada, triste, amargada, es, por el contrario, optimista; así como también plenamente consciente de que el movimiento que intenta hacer crecer no nació con ella y su generación:
“Todas las palabras que decimos ya las pronunciaron otros. Todos nuestros discursos, libros y artículos siguen los pasos de los pioneros del movimiento climático y ambiental. Sería fácil suponer que cuantos nos precedieron fracasaron, y que ahora nosotros también fracasamos. Al fin y al cabo, las emisiones siguen en aumento y la acción y el compromiso necesarios no hacen acto de presencia. Pero no es cierto. Estamos generando un cambio. Un cambio masivo. Estamos ganando. Lo que pasa es que no lo bastante rápido.”
Y por el mismo camino que guía todo el libro, suma:
“Nuestra seguridad como especie choca frontalmente con el sistema actual. Cuanto más tiempo finjamos que no es así, y que podemos resolver esta catástrofe -dentro de una estructura social global que no cuenta con leyes ni restricciones de ningún tipo que nos protejan a largo plazo de la continua codicia autodestructiva que nos ha llevado al borde mismo del abismo- más tiempo perderemos. Un tiempo del que ya no disponemos.”
Insistirá Greta en que los cambios que son requeridos son imposibles en tanto chocan contra la lógica de crecimiento permanente y acumulación de riquezas que son intrínsecas al sistema capitalista. Incluso señalará:
“Es muy probable que, si echamos la vista atrás, nos parezca una idea terrible haber dejado que el consumismo capitalista y la economía de mercado fueran los timoneles de la única civilización conocida del universo”.
Ante lo que a continuación sostendrá que:
“Lo mismo que la todas las ideologías políticas vigentes: el socialismo, el liberalismo, el comunismo, el conservadurismo, el centrismo, cualquiera de ellas. Todas han fracasado. Aunque, para ser justos, hay que admitir que algunas más que otras.”
Esta igualación entre corrientes políticas es un lugar común entre ciertas posiciones del ambientalismo contemporáneo, y claramente tiene el problema de no distinguir entre las fuerzas políticas que efectivamente estuvieron al mando de los estados a escala mundial; ni tampoco, entre aquellas que se ordenan en torno a los intereses de la clase trabajadora y los sectores populares y por tanto pelean por una igualdad necesaria también para la pelea contra el cambio climático; y aquellas que lo hacen al servicio de la acumulación del capital, que es claramente el principal motor de las emisiones de gases de efecto invernadero a escala global. Lo que no implica, desde ya, negar que, bajo el mando de corrientes estalinistas, procesos revolucionarios tomaron un curso profundamente hostil a la armonía con la naturaleza que era uno de los objetivos programáticos del marxismo desde sus orígenes. Pero esta tendencia a intentar ubicarse “más allá de la política”, o de las corrientes políticas efectivamente existentes, muchas veces genera una desorientación en torno a quiénes son, y quiénes no, aliados dentro de esta batalla; y así mismo, sobre cuáles son nuestros objetivos finales y los medios para alcanzarlos.
Más allá del debate historiográfico, lo que estos debates entrecruzan legítima y necesariamente, son distintas visiones sobre cuál debe ser el sentido estratégico del movimiento socioambiental. Desde ese punto de vista, “El libro del clima” aporta un desarrollo en extenso respecto de una perspectiva que entiende que la creación de una masa crítica de opinión y movilización que sea lo suficientemente potente para marcar cambios en la agenda política de los gobiernos es el objetivo estratégico que debe perseguirse. A tal fin es que aparecen en él argumentaciones como la de Erica Chenoweth, académica estadounidense que desarrolló junto a Maria Stephan la teoría de que las movilizaciones pacíficas que logran movilizar al 3,5% de la población son el objetivo a alcanzar por quienes quieren tomar un rol organizador de las acciones de protesta. Teoría desarrollada mientras Stephan ejercía un rol como cuadro técnico-político del ejército yanky durante su invasión a Afganistán. Ya hemos polemizado con esta posición en otro momento (https://www.ael.ar/debates/basta-con-movilizar-al-35-de-la-poblacion-para-frenar-el-cambio-climatico/ ). Pero lo cierto es que aquí la autora refuerza su argumentación previa para afirmar que, tan necesario como el 3,5% en la calle, es requerido un 25% de la población que acompañe positivamente los reclamos, y que dicha cuestión puede sonar hoy compleja, pero resultaría alcanzable.
La lógica de resolver dilemas políticos trascendentales por la vía de las matemáticas, y la simple adhesión de voluntades, es sumamente discutible. Pero más allá de eso, el real nudo problemático que permanece es la confianza que este tipo de razonamientos deposita en que, bajo algo de presión, los mismos partidos gobernantes que nos trajeron hasta acá puedan desarrollar la transición ecológica y energética se requiere para evitar la catástrofe. Así mismo, el desconocimiento de que las profundas transformaciones económicas y de reorganización social que son requeridas van a tocar los intereses de los sectores concentrados más poderosos y violentos -en todos los sentidos posibles- del sistema capitalista mundial, y que dicho proceso difícilmente pueda transitarse por los caminos institucionales de democracia formal que -justamente- permitieron su poderío.
Se trata de debates que son urgentes y necesarios, y es bienvenido que aparezcan obras a partir de las cuales discutirlos en profundidad. Desde Ambiente en Lucha e Izquierda Socialista seguimos entendiendo que la movilización permanente y unitaria por cada una de las demandas del movimiento socioambiental, a la que dedicamos enormes esfuerzos, debe impulsarse en paralelo y de la mano de la construcción de una herramienta política que plantee la necesidad de pelear por gobiernos de otro tipo, de la clase trabajadora y los sectores populares, que tomen en sus manos las tareas de la planificación del combate a la crisis climática sobre la base de terminar con la dictadura de la ganancia capitalista. No bregamos por un movimiento socioambiental que sea “consejero” de los gobiernos capitalistas-extractivistas, para ayudarlos a que “mejoren”, sino por uno que se proponga unir su destino con el de la histórica pelea de les de abajo por terminar con toda forma de opresión y explotación y miseria. Lo que para nosotres, efectivamente, es luchar por una Argentina y un Mundo Socialistas.
El 2023 traerá enormes desafíos en nuestro país para quienes trabajamos en esta perspectiva. Sumando a los constantes combates contra la depredación extractivista, la pelea porque el gigantesco descontento que se forjó el Frente de Todos de la mano de su gobierno junto al FMI, dé lugar no al fortalecimiento de la centroderecha de Macri y Larreta, ni a los fachos de Milei y compañía, sino a que el Frente de Izquierda UNIDAD pueda, de la mano de candidaturas y una campaña unitaria, plantarse en todo el país levantando también las banderas de la lucha contra la depredación de la naturaleza y el calentamiento global.
Bienvenida para todos estos desafíos la llegada de materiales como el “el Libro del clima” que nos ayudan a fortalecer los argumentos contra el negacionismo y las políticas de los gobiernos que nos están empujando hacia el abismo; y así mismo, brindan material para precisar las polémicas que tenemos que abierta y fraternalmente abordar desde el movimiento socioambiental.