“Junto con la quema de combustibles fósiles, los seres humanos llevamos siglos despejando la tierra. Esta práctica ha alterado de manera drástica la concentración natural de gases de efecto invernadero que retienen el calor, como el dióxido de carbono y el metano, desequilibrando los procesos naturales que han regulado la temperatura terrestre a lo largo de su historia. La deforestación generalizada ha cambiado la capacidad del planeta para absorber el exceso de carbono, a medida que cada vez más superficie ha pasado de estar cubierta por ecosistemas naturales, como bosques o marismas, a los cultivos agrícolas y las zonas urbanas de hormigón. Hoy en día, los bosques solo ocupan alrededor de un tercio de la superficie de terreno global, y más de la mitad están en Brasil, Canadá, China, Rusia y EE.UU.
Thunberg, G., & otros. (2022). Incendios forestales. En F. P. Martín, M. R. Quesada, & Joandomenec (Trads.), El Libro del Clima. Lumen.
Las tendencias climáticas a largo plazo, el tiempo local y las prácticas de gestión de uso de la tierra han transformado la actividad del fuego en el mundo. En el caso de los grandes incendios forestales, la vegetación que arde libera enormes cantidades de carbono en la atmósfera. Como su desarrollo es una interacción compleja de procesos climáticos, meteorológicos, paisajísticos y ecológicos, es difícil supervisarlos y predecirlos, lo que implica que influyan en el cambio climático de formas no lineales que los modelos actuales no reflejan adecuadamente. Aparte de su impacto en las emisiones, los incendios generan también contaminación atmosférica que perjudica a la salud, contamina la calidad del agua en las cuencas afectadas y destruye los hábitats y la fauna necesarios para sostener la biodiversidad global. Un ejemplo de estas complejas interacciones es la cuenca del Amazonas, en Sudamérica: un colosal sumidero de carbono que está secándose debido al cambio climático, al tiempo que es quemado y talado para fomentar la agricultura a escala industrial. Esto no solo supone un peligro para la estabilidad del ciclo de carbono global, sino que también amenaza con destruir una de las principales áreas de biodiversidad que nos quedan.
Aunque siempre ha habido incendios por causas naturales, con el cambio climático aumenta la temperatura del planeta y se alteran los patrones de circulación globales que condicionan las condiciones climáticas en cada área. Por ello los incendios se producen en un contexto de temperaturas más altas y de una pluviosidad más errática en estaciones menos definidas. Las olas de calor y las sequías prolongadas pueden causar un aumento de las temperaturas, menos lluvias y humedad en el aire y el suelo, y cambios en los vientos; factores que, combinados, pueden provocar incendios forestales. Las temperaturas más altas incrementan el «déficit de presión de vapor», la fuerza evaporativa que regula la cantidad de humedad liberada a la atmósfera desde el suelo y la vegetación del planeta. Tras unas condiciones prolongadas de calor, sequedad y viento, los déficits de presión de vapor se intensifican, provocando sequedad en los suelos y la vegetación, lo que convierte paisajes húmedos en combustible fácil de quemar. Los fuegos pueden iniciarse por causas naturales —como los rayos— o por seres humanos, de modo accidental (por caída de cables eléctricos, por ejemplo) o deliberado.
El aumento en la frecuencia y gravedad del tiempo atmosférico proclive a los incendios se ha observado en muchos lugares, en especial desde 1970. Los incendios se han intensificado en el sur de Europa, norte de Eurasia, oeste de EE.UU. y Australia. Según señala el IPCC, hay pruebas de que las condiciones climatológicas que conllevan riesgo de incendios vinculadas con el cambio climático antropogénico son mayores en zonas como el oeste de EE.UU. y el sudeste de Australia, donde se han realizado estudios formales de atribución. Según investigaciones recientes ya se ha manifestado una influencia humana en las condiciones meteorológicas propicias para el fuego por encima de la variabilidad natural en casi una cuarta parte del mundo, incluidos lugares como el Mediterráneo y el Amazonas. Los modelos climatológicos muestran que el área de riesgo elevado de incendio aumenta a mayor nivel de calentamiento, siendo el doble el área afectada a 3 °C por encima de los niveles preindustriales comparada con un calentamiento global de 2 °C.
El calentamiento global ya ha generado temporadas de incendios más extremas y largas y fuegos que se extienden a zonas que históricamente no se consideraban propensas a ellos. En particular, eso pasa en los meses más cálidos del verano, pero un calentamiento pronunciado en algunas áreas ha comportado una prolongación de la temporada de incendios, que ahora son posibles todo el año, en especial durante sequías graves. Por ejemplo, en 2019, el año más cálido y seco del que se tiene registro en Australia, los bosques pluviales subtropicales, por lo general húmedos, ardieron en invierno, y más de la mitad de esos antiguos bosques —de la era de Gondwana— se quemaron en una sola temporada. Aunque los bosques de eucaliptos del este de Australia se hallan entre los más proclives a los incendios del mundo, por lo común solo el 2 por ciento de ellos arde en las temporadas de incendios más extremas. Pero en 2019-2020, el 21 por ciento de los bosques templados de Australia se quemó en un único fenómeno, estableciendo un nuevo récord mundial por la enormidad de las llamaradas. Este incremento en el área quemada en las temporadas de incendios más extremas en todo el mundo llevó al término «megaincendio» para describir un incendio aislado o un complejo de ellos que abarque más de un millón de hectáreas. Los megaincendios que han batido récords de Australia arrasaron unos impresionantes 24 millones de hectáreas, liberando más de 715 millones de toneladas de dióxido de carbono en una única temporada, es decir, más que todas las emisiones del país en un año entero. Más de tres mil millones de animales, una cifra espeluznante, murieron o se vieron desplazados por la inmensa escala de destrucción de su hábitat.
En años recientes se han observado también incendios cada vez más destructivos en el hemisferio norte. En 2021, la región del Pacífico noroccidental de EE.UU. y el suroeste de Canadá sufrieron olas de calor extremas que batieron los récords históricos de temperaturas. En Lytton, en la Columbia Británica, las temperaturas llegaron a 49,6 °C el 29 de junio de 2021, antes de que los incendios destruyesen cerca del 90 por ciento de sus edificios. Era la primera vez que se sufrían temperaturas tan extremas, casi desérticas, tan al norte en cualquier lugar del planeta. California también registró el mayor incendio de la historia, el denominado incendio Dixie, que calcinó más de 400.000 hectáreas durante tres meses. Más al norte, un calor y una sequía que rompieron récords hicieron que ardieran los bosques árticos y las turberas de Siberia y el este de Rusia, con penachos de humo que alcanzaron el Polo Norte por primera vez desde que contamos con registros. El Servicio de Vigilancia Atmosférica Copernicus, de la UE, ha calculado que, en 2021, los incendios emitieron la cifra récord de 6.450 millones de toneladas de CO2, el equivalente a más del doble de las emisiones totales de la UE en ese mismo año.
Cuanto más se caliente el planeta, más frecuentes y extremos serán los incendios. Con la extensión de la temporada de incendios a zonas y a periodos que antes fueron fríos, arderán más bosques, liberando cantidades enormes de carbono en la atmósfera, lo que incrementará aún más el calentamiento. Esta retroalimentación positiva es como presionar el pedal del gas de un coche. Los procesos complejos, no lineales, como la dinámica de los incendios (lo que incluye las caídas de rayos) son difíciles de controlar y de describir y simular matemáticamente, incluso con los modelos climáticos más avanzados. Por tanto, en la última generación de modelos, los ciclos de retroalimentación de carbono que amplifican el calentamiento, como los asociados a incendios, están ausentes o representados de forma incompleta. Es decir, los científicos no saben muy bien cómo influirá la retroalimentación en la trayectoria futura del calentamiento. Pero sabemos que, a mayor calentamiento, mayor riesgo de retroalimentaciones que se autorrefuercen y causen la inestabilidad del clima. Si el mundo logra limitar el calentamiento por debajo de los 2 °C, el riesgo de incendios destructivos se reducirá, y nuestros ecosistemas terrestres podrán reequilibrar el ciclo de carbono global y ayudar a restablecer la vida.”