Escribe: redacción Ambiente en Lucha
Cecilia Gárgano es historiadora, investigadora del CONICET y coordinadora del Programa de Investigación “Conflictos socioambientales, conocimientos y políticas en el mapa extractivista argentino” en la Universidad Nacional de San Martín. Recientemente publicó el libro “El campo como alternativa infernal” (de distribución gratuita, enlace de descarga al final de la entrevista), donde analiza los impactos socioambientales del agronegocio en Argentina, el rol del estado, las corporaciones y la ciencia, y también de las resistencias.
Desde Ambiente en Lucha nos acercamos a la presentación del libro que llevó adelante el viernes 29/4 en el Museo del Hambre, y le realizamos luego la siguiente entrevista.
¿Por qué elegiste ese título para el libro?
El título tiene que ver con intentar pensar la encrucijada en la que estamos ahora y al mismo tiempo la que se viene construyendo en las últimas décadas, que básicamente nos plantea que no es posible salir de la matriz productiva del extractivismo en general y del agronegocio en particular. El título retoma a les filósofes Isabelle Stengers y Philippe Pignarre, y trata de jugar con esta idea del destino inexorable de la Argentina asociado a “el campo”, entre comillas, porque en realidad lo que el libro busca analizar y discutir es esa construcción hegemónica. Sabemos que hay muchos campos en nuestro país, la mayoría de ellos invisibilizados y la pregunta del libro es por la construcción de esta matriz productiva agrícola, hegemónica, intensiva en agrotóxicos, que ha configurado numerosas problemáticas sanitarias, ambientales y sociales cada vez más visibles en nuestro país, y que a pesar de esta visibilidad se sigue construyendo como el único camino posible. Entonces la encrucijada a la que nos fuerzan tiene que ver con plantearnos que, o seguimos profundizando este modelo y esta matriz productiva, o no podemos funcionar económicamente como país. El libro busca discutir precisamente esto. Por un lado porque ese funcionamiento es el que ya está en discusión cuando resulta inviable desde todo punto de vista -tenemos los números de pobreza que tenemos por reforzar esta matriz productiva-. Y por otro lado, es una apuesta a tratar de desnaturalizar eso que se nos presenta acomodado como sin pasado o sin historia, como una construcción inevitable, un destino inevitable.
¿Cuáles son los principales efectos socioambientales del agronegocio en Argentina?
En términos de nivel de daño hay efectos que son cada vez más visibles, no solamente porque la estructura agraria argentina se ha transformado aceleradamente en menos de tres décadas, resultando en procesos de desaparición de miles de explotaciones agropecuarias, de concentración de la tierra y éxodo rural, sino que también las postales del daño tienen que ver con las afecciones sanitarias asociadas al uso de agrotóxicos en los territorios. Esto ya incluye por ejemplo a infancias que presentan daño genético, y una gran cantidad de enfermedades similares a lo largo y ancho del país en donde estas prácticas agrícolas son dominantes. Otro efecto, con una visibilidad más acotada, tiene que ver con que los agrotóxicos, y a pesar del planteo de que solo permanecían en los campos de cultivo, están también fuera de los campos, en agua, suelos, aires. Esto está sustentado en un sinfín de estudios tanto en Argentina como en el mundo. Un problema con poca visibilidad para la gravedad que tiene es que el agua de consumo en los lugares de tierras más fértiles ya no es potable por la cantidad de agrotóxicos que hay en las napas subterráneas. Hay partidos en los que esto ya está dictaminado judicialmente, por ejemplo en Pergamino, que es uno de los casos que trabaja el libro. Esta situación que se puede hacer visible en un caso puntual recorre transversalmente la producción del agronegocio. Justamente una de las cosas que el libro busca mostrar es cómo estos efectos, al igual que la problemática socioambiental, son construidos y presentados por una cantidad de discursos y mecanismos institucionales, jurídicos, de saber y de transformación material, como eventos aislados, como si fueran algo propio y excepcional de cada localidad. Lo que busca esta investigación es poner en cuestión esa fragmentación, dar cuenta de cómo estas experiencias son comunes en los diferentes territorios y tratar de reunir justamente eso que es presentado como escindido.
¿Cómo entendés el papel histórico de los grupos científicos en estas lógicas?
El saber científico así como el tecnológico es fundamental en las lógicas productivas que están implicadas. Ya en el período de difusión del paquete tecnológico de la autodenominada revolución verde en la década del sesenta, que instala el paradigma químico en la agricultura y que con mediaciones y transformaciones marca una continuidad con lo que va a ser el paradigma hegemónico a partir de la década del noventa en nuestro país y en países de la región -la agricultura transgénica asociada al modelo sojero-, el saber científico cumple un rol clave: tanto para lograr las transformaciones materiales, como la obtención de semillas, paquetes tecnológicos, insumos químicos y en las prácticas agronómicas que conforman todo el sistema productivo, como en los discursos que van a ir van a ir legitimando este sistema y marcando las maneras de pensar la cuestión rural.
Y este un tipo de saber que además atraviesa distintas transformaciones. El libro pone la lupa en la implicancia de la última dictadura, tanto en relación a un proceso que es internacional y que tiene que ver con la creciente mercantilización del conocimiento científico y en particular del producido en ámbitos estatales, como en relación a los procesos de disciplinamiento social, mirando ámbitos estatales para ver cómo incidió en las formas de pensar para quién y para qué se genera conocimiento. Había que investigar pensando el agro, y esa es una impronta histórica, una huella que arrastramos. Y junto a los procesos de mercantilización del conocimiento científico se produce una exclusión sistemática o por lo menos una devaluación fuerte de las miradas críticas y de las distintas ramas del conocimiento, especialmente en las humanidades y las ciencias sociales. Tanto las que en su momento de manera pionera cuestionaron la revolución verde, como las que en nuestro país han venido alertando sobre sus implicancias socioambientales. Esta matriz productiva no podría existir sin que estas miradas ocupen un lugar marginal, y al mismo tiempo sin los conocimientos estratégicos de la ciencia empresarial. Es una matriz productiva intensiva en conocimiento y hay conocimientos científicos producidos con fondos estatales que son un insumo clave para el agronegocio.
Otra temática que recorre el rol del conocimiento científico tiene que ver con la importancia de la noción de evidencia científica. Esto se ve por un lado en los procesos regulatorios y desregulatorios a los que se somete la aprobación, por ejemplo, de los cultivos transgénicos, y de otras prácticas más amplias que hacen a la actividad agrícola. Por otro lado, está el rol que juega esta evidencia científica en los procesos de conflicto territorial. Porque una vez que las poblaciones presentan los daños en sus territorios y en sus cuerpos, se las obliga a conseguir evidencia científica y a presentarla en un marco en el que el Estado es el gran ausente. Justamente porque esas desregulaciones sistemáticas, esa falta de información, el no tener datos oficiales de cuántos agrotóxicos se utilizan, de cuál es el impacto a nivel ambiental, a nivel sanitario, muestra la anomia estatal a la hora de instigar a las comunidades a presentar datos y evidencias. El libro también busca discutir esta jerarquización de voces que se produce en la problemática, esta invisibilización de las experiencias de las comunidades, y fundamentalmente la fragmentación que se hace de la problemática. Especialmente en esto de plantear que la problemática es parcial y es local, cuando lo que vemos es un mismo problema repetirse a lo largo del país y donde sin embargo son las comunidades en solitario las que deben salir a aportar estas evidencias. Entonces también el libro discute el rol en el que quedan las experiencias de vida, el rol que juega el conocimiento científico mercantilizado en estos procesos productivos, y la necesidad de replantearnos para quién y para qué producir conocimiento.
¿Qué claves de resistencia encontraste en los territorios?
Entre todas estas vivencias y experiencias de resistencia distintas que hay en los territorios se encuentran puntos en común. Y esto tiene que ver con lo que mencionaba anteriormente, la sistemática exclusión de las voces de las comunidades tanto en la toma de decisiones como una vez que salen a denunciar estos efectos sanitarios y ambientales. Ahí la apelación tanto a instancias judiciales como a conocimientos científicos es una estrategia consciente de estas poblaciones para lograr visibilidad e instalar la problemática, y también lo es el establecimiento de redes entre distintas localidades y distintas comunidades. El libro trabaja algunos casos recientes como el de Lobos en la provincia de Buenos Aires, que justamente lo que hizo fue retomar el accionar de Pergamino, y así podríamos pensar en muchas otras experiencias alrededor del agronegocio y los extractivismos en nuestro país en donde lo que se fragmenta desde arriba es reconstruido por los puentes y los lazos que se tejen desde abajo. De alguna manera hay como un triple territorio, el que se desarrolla en el campo propiamente dicho donde se dan otras formas de producir como la agroecológica, el de las calles como espacio de intervención, y el que apela a las instancias judiciales. Tres espacios que se ven entrelazados en las luchas asociadas a esta matriz productiva.
Como investigadora del sistema científico estatal ¿Cómo pensás una práctica de investigación para el bien común?
Una práctica de investigación que se piense para el bien común necesariamente es una práctica de investigación que trabaje para desnaturalizar estas matrices productivas, estas formas de vida que se nos presentan como únicas, como sin historia, que trabaje para ponerlas en cuestión y contribuir desde las investigaciones a repolitizar estas temáticas, es decir, a volver a poner en estas preguntas estructurales que hacen a nuestra historia y a nuestro futuro: de quién es la tierra, qué se produce, cómo, para quiénes. Y al mismo tiempo es una práctica de investigación que tiene que repensarse a sí misma ¿No? No solamente repensar la mercantilización sino algo que ha sido muy discutido y que seguimos llevando sobre nuestras espaldas, que es el carácter colonizador del conocimiento científico. Es necesario discutir esta jerarquía y posicionar nuestras prácticas en forma de diálogo con otros saberes y otros sujetos sociales. Porque hay algo de esta problemática que efectivamente nos atraviesa, de este infierno que se nos propone y de esta encrucijada que construye el capital y que nos hace de alguna forma elegir entre opciones invivibles, que hace que la única manera de lograr una salida sea colectiva y poniendo en diálogo los diversos saberes y los distintos procesos de lucha. Sin duda las comunidades que vienen batallando la matriz del agronegocio han sido pioneras en instalar la problemática socioambiental en Argentina, y podemos pensar también en luchas por el agua o contra la megaminería en Mendoza, en Chubut, en Mar del Plata, que a pesar de que se las intente construir como expresiones extranjerizantes y de panza llena, son en realidad experiencias muy potentes y con mucha capacidad de poner en cuestión este orden naturalizado.
Seguramente sea desde abajo y de a poquito que podamos generar algún tipo de salida a estas encrucijadas, y tal vez el desafío tenga que ver con reunir no solamente las distintas luchas, sino las acciones que llevamos adelante desde distintos ámbitos, desde donde vivimos, donde producimos, donde militamos, donde conocemos. Así que sin duda una práctica investigación para el bien común debería poder dar cuenta de la necesidad de repensar nuestro lugar, de tender puentes y de aportar a este camino colectivo de reconstrucción y discusión de las formas de habitar y producir.
El libro puede conseguirse de manera gratuita en:
Formato papel: Pedidos en CABA y con prioridad a organizaciones vía elcampo.alternativainfernal@gmail.com
Foto digital: descarga libre en https://www.edicionesimagomundi.com/producto/el-campo-como-alternativa-infernal/