Escribe: Nicolás Núñez, referente de Ambiente en Lucha – Publicado originalmente en “El Socialista” del 13/12/23 – www.izquierdasocialista.org.ar
La nueva Conferencia anual de las Partes, que reúne a los gobiernos de la casi totalidad de los países del mundo para discutir sobre compromisos ante el calentamiento global, se dio cita en Emiratos Árabes, un país esencialmente petrolero. Allí fueron justamente las multisectoriales del sector de los combustibles fósiles las que terminaron haciendo pesar sus intereses.
El 2023 será el año más caluroso jamás registrado, probablemente el más caluroso desde que existe la historia de la humanidad como tal. El impacto de fenómenos estacionales planetarios (cíclicos) como “El Niño”, si bien en nuestro país generan un mayor caudal de lluvias (como las que vimos las últimas semanas), a nivel mundial impactan tirando hacia arriba la temperatura, y se combina con el propio proceso de calentamiento global fruto de la acumulación de gases de efecto invernadero (GEI). Contaminación generada, centralmente, por la quema de petróleo, gas y carbón para sostener la anarquía de la producción capitalista mundial y la búsqueda de ganancias de las multinacionales.
Así, al primero de diciembre la temperatura global promedio del año se estaba ubicando en 1,46° por encima de la temperatura preindustrial. Al terminar de incorporar los registros de diciembre, se estaría llegando en torno al 1,5° (al menos para el registro del 2023). La cifra es significativa dado que la COP de París de 2015 se había puesto como meta no transgredir ese grado y medio debido a la gravedad e incertidumbre que desataría de cara a fenómenos planetarios de todo tipo (sequías, inundaciones, tormentas, olas de calor, deshielo, aparición de nuevas enfermedades, etcétera). De allí que “estamos viviendo el colapso climático en tiempo real”, haya sido la sentencia con la que el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, abrió la COP28.
En 2015 se estimaba que, de no tomar medidas al respecto, el 1,5° sería transgredido sin vuelta atrás en 2045. Sin embargo, a pesar de los acuerdo firmados, la COP28 inició ocho años después con un informe de Copernicus (el sistema meteorológico de la Unión Europea) que daba cuenta que las escasas reducciones de gases de efecto invernadero y fenómenos climáticos extremos de los últimos años (como ser incendios masivos que agregan todavía más GEI a la atmósfera), habían hecho que de 2045 la fecha estimada de transgresión del 1,5° se adelante a 2034. Otro informe, del Global Carbon Budget (presupuesto global de carbono), señalaba de forma complementaria que hay un 50% de chances de que sea antes de 2030.
En conclusión: todos los pronósticos respecto de la gravedad de la crisis climáticas difundidos por el imperialismo en la última década han resultado ser demasiado optimistas y la dinámica de la crisis es mucho más grave de lo esperado. Las medidas requeridas entonces para hacer frente a la catástrofe que nos amenaza resultan hoy mucho más drásticas que las que hubiesen sido necesarias en caso de haber avanzado hace diez o veinte años en la descarbonización de la economía mundial. El problema es que esas medidas se han enfrentado a un enemigo poderosísimo: las petroleras y sus gobiernos patronales.
El anfitrión pone las reglas
El sultán, Al Jaber, ministro de Industria y cabecilla de la empresa petrolera estatal de los Emiratos Árabes, fue designado como mandamás de la nueva conferencia climática. Desde esa posición, actuó con el acompañamiento de distintos gobiernos patronales(desde Estados Unidos hasta Bolivia) y los negociadores de las multinacionales. El sultán, contra el abrumador consenso al respecto, se encargó de decir que no hay evidencia científica que avale el reclamo del fin de la quema de combustibles fósiles. Y en ese punto centralmente se trabaron las negociaciones, según trasciende al momento de cerrar estas líneas. No habría consenso en incorporar en el documento final la recomendación de avanzar hacia la “eliminación de los combustibles fósiles” que reclaman la ciencia y el activismo climático en todo el planeta.
De hecho, no había generado mayor resistencia al inicio de la conferencia la aprobación del “fondo de pérdidas y daños” para hacer frente a las consecuencias del calentamiento global. Ahora bien, dicho “fondo” es de una pobreza absoluta. Amnistía Internacional señaló que los ingresos declarados (700 millones de dólares) solo alcanzarían al 2,6% del total de los costos económicos del huracán “Otis” que viene de golpear las costas de Acapulco, en México. Todo eso mientras se calcula en 7 billones de dólares los subsidios de estos mismos gobiernos a la industria petrolera.
Por otro lado, de la COP28 emergería un compromiso de un centenar de países de triplicar las energías renovables para 2030. Dicha promesa nada precisa respecto del saqueo extractivista de litio y minerales diversos requeridos para esa “transición”, y sus consecuencias ambientales.
Sea cual sea el resultado del documento final de la COP28, está claro que combatir el calentamiento global no puede hacerse sin ir a fondo contra el bloque de las multinacionales, petroleras, automotrices y el capital financiero que siguen apostando a sostener sus ganancias. El acceso a la energía debe dejar de ser un negocio para que el planeta siga siendo habitable. Estatizar los recursos energéticos y minerales para ponerlos al servicio de una transición energética dirigida por la clase trabajadora y los sectores populares, es el freno de mano requerido ante el dramatismo que va tomando la crisis climática. En última instancia, la disyuntiva no es solo “las petroleras o el planeta”, sino más bien “Socialismo o catástrofe”.